Cuando el cine estaba dando sus primeros pasos, se iba sumando tímidamente a las ofertas de entretenimiento de entre siglos, entre las que se encontraban el teatro, las variedades, la magia y, en especial, los parques de atracciones. En las primeras, el cine se incorporó como un espectáculo más del repertorio de magos y teatrillos de maravillas. En cuanto a los parques de atracciones fueron un lugar común de algunas comedias de la factoría Edison, un escenario con encanto y que podía dar lugar a decorados variados, tanto de día como de noche.
Seguramente el más célebre de esos cortos presenta en todo su esplendor la Coney Island iluminada de noche, una celebración del mundo electrificado (no hay que olvidar los intereses industriales de Edison en ese sentido). La película fue rodada en 1905 por el director de la casa, Edwin S. Porter. No exenta de movimientos de cámara, tiene un aire hasta de animación. Más cruento uso de la electricidad en Coney Island es el del corto Electrocutando a un elefante (1903). Eran otros tiempos en el trato de los animales en pantalla.
En el terreno de la ficción también sirvió de excusa para vistosos gags cómicos, como en Rube and Mandy at Coney Island (1903), donde una pareja algo estrambótica recorre el parque metiéndose en algunos líos; personalmente me divierte mucho el final, un gag de la pareja atiborrándose de perritos calientes, un tipo de comida dicho sea de paso que nació precisamente en el entorno de estos parques.
Aún más divertida resulta Boarding School Girls Trip to Coney Island (1905). Impagable momento el de las pupilas de Miss Knapp, responsable de un escuela selecta de señoritas, subiendo con sus parasoles al vehículo que las ha de llevar al parque. Una vez allí las señoritas se desmadran tanto en las atracciones como en la playa para disgusto de su institutriz.
Los parques de atracciones también despertaron el interés de producciones extranjeras, como esta francesa de Éclair, Gavroche au Luna-Park (1912), con el parque como escenario cómico de una película de persecuciones.
En los años veinte las nuevas posibilidades de la cámara facilitan una mirada aún más experimental, como en una célebre secuencia de Y el mundo marcha (1928) de King Vidor, que ejemplifica la parte divertida de estar entre la multitud. Pronto todo se volverá más agrio. En Soledad (1928) de Paul Fejos la secuencia del parque de atracciones ejemplifica como ninguna cómo la multitud engulle al individuo, le pone obstáculos para estar con la chica que ha conocido y que aún no sabe que es su vecina, que está al otro lado del muro, en su propia soledad.
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