William Godwin, el padre de Mary Shelley, la creadora de Frankenstein, tuvo fama como librero y editor, especialmente por su colección juvenil. Uno de los títilos más célebres de la colección fue la antología de cuentos basados en las obras de Shakespeare, adaptaciones escritas por los hermanos Mary y Charles Lamb en 1807. No sería el último intento de adaptar al público más joven el teatro del afamado escritor inglés, que además de conocer versiones y adaptaciones en papel y en escena también tuvo desde sus inicios su presencia en el cine.
Una de las piezas que más versiones ha conocido ha sido La tempestad. Y para todos los gustos: dos tempranas mudas, de 1902 y 1908, incursiones personales y sofisticadas como las de Derek Jarman (1979) o de Peter Greenaway (1991), o versiones muy libres adaptadas a otros géneros, como el western Cielo amarillo (1948) de William A. Wellmann o la película de ciencia ficción Planeta prohibido (1956) de Fred M. Wilcox.
Aquí me he fijado en tres: una de las mencionadas (la muda de 1908) y en dos que acercan a Shakespeare al público infantil.
La película de 1908, británica, dirigida por Percy Stow, presenta mucho encanto por su utilización de los efectos especiales de humos, decorados pintados y desapariciones a lo Méliès. En este último sentido destaca la escena en que la niña que encarna al espíritu Ariel se hace perseguir por Ferdinand en un campo de hierba y le toma el pelo desapareciendo y apareciéndose a él. Es divertida. El salvaje Calibán no tiene mucho protagonismo aquí y se presenta con el aspecto de un náufrago. Un momento más crucial en cuanto a historia e impacto visual (bello e ingenuo desde nuestra mirada actual) se produce cuando Próspero enseña a su hija, Miranda, a través de una hendidura en la roca, el hundimiento del barco cuya tempestad ha provocado el anciano con su magia. Pero antes de asistir a la historia en sí quiero invitar a los lectores de este artículo a fijarse al inicio de la película, cuando Próspero llega con su hija a la isla, en las marcas de la cinta perforada en la parte izquierda. Seguro que les da ese momento la sensación de estar sacando un tesoro de una lata en una filmoteca.
El mismo espíritu que presidió la obra de los Lamb se da en los Animated Tales, una serie de películas animadas basadas en la obra de Shakespeare para la televisión británica, como un encargo de su canal en gaélico, que fue realizada por animadores rusos. En este caso, la cinta fue dirigida por Stanislav Sokolov, quien fue galardonado por este trabajo, The Tempest (1992), en los premios Emmy de ese año. Animada a partir de marionetas con una mirada perdida y siniestra, esta breve cinta de stop-motion es bastante fiel a la obra original y a la adaptación de los Lamb. Aquí, Próspero no se presenta como un anciano tan afable sino en permanente obsesión por una idea, que ejecuta un Ariel a medio camino entre un espíritu y un extraterrestre y que tiene como siervo a un Calibán más salvaje, con aire punk. Miranda y Ferdinand parecen recién sacados de un coleccionista de juguetes, así como el vestuario del resto de personajes nobles de la función. Se echa de menos la naturalidad de la película muda, especialmente en el movimiento de los personajes (salvo Ariel y Calibán), pero aquí hay mayor profundidad en atmósfera y decorados, y las escenas en el barco son muy dinámicas.
A la animación tradicional pertenece Viaje a Melonia (1989), de Per Ahlin, una producción sueca, versión muy libre de La tempestad. Repite personajes (Próspero, muy afable; Miranda, más desenfadada y con poderes mágicos; Ariel, aquí como pájaro nada inocente; Calibán, nada monstruoso en carácter, cuyo rostro está construido a partir de hortalizas, como si se tratara de un retrato de Arcimboldo; o Ferdinand, un galán despistado), pero incorpora a otros, especialmente William, un dramaturgo en busca de un escenario para representar una obra, que acaba siendo La tempestad, de William Shakespeare. La isla de Próspero es aquí Melonia, con un colorido paisaje de frutas y verduras, creado a partir de magia. Este paraíso es anhelado por los personajes de Plutonia que acaban en la isla tras la tormenta. En Plutonia, lugar ciertamente oscuro y contaminado, acaban las intrigas y allí también William encuentra su teatro, destartalado teatro, que acaba por reunir a los personajes y cerrar tramas.












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