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LORCA Y OTROS ESCRITORES, POR ENRIQUE AMORIM




De García Lorca, como ocurre por ejemplo, con Machado, no conocemos cómo era su voz, pues no se ha conservado ningún registro de ella, a diferencia de buena parte de los escritores y personalidades de laa llamadas generaciones del 98 y del 27. Sí que existen en el caso Lorca (lo de Machado es muy escaso) al menos dos documentos cinematográficos, con imágenes mudas en movimiento del poeta y dramaturgo granadino. Uno gira en torno a la actividad de su compañía de teatro ambulante, La Barraca, y otro, unas imágenes muy valiosas de Lorca en Montevideo a principios de 1834, filmadas por el que se llegó a afirmar que fue su amante uruguayo, el también escritor, y guionista cinematográfico, Enrique Amorim. Es una de las varias filmaciones con las que entre 1928 y 1959 Amorim quiso compaginar su amor al cine y su obsesión por relacionarse con escritores y artistas célebres, recogidas en un vídeo subido por la IVAC (la filmoteca valenciana) en su cuenta de Vimeo.

La antología se inicia con la curiosa grabación de un Walt Disney inmerso en una fiesta gauchesca, ataviado con un traje tradicional y tocando la guitarra. Ese arranque prometedor despierta unas expectativas que luego no se cumplen en muchos casos. Algunas filmaciones son poco más que un sonreír a cámara de algún intelectual no siempre conocido hoy por nosotros junto a su firma. Claro que en ese gesto tenemos la oportunidad de ver en movimiento a escritores como Stefan Zweig, Emil Ludwig o Alfonso Reyes, que deben ser las únicas o escasas imágenes que de ellos se conservan. Más personales y extensas son las que recogen a Rafael Alberti y María Teresa León, la de la reunión de Neruda y un intelectual brasileño en un jardín (al parecer para hablar de formar una Internacional iberoamericana), la de algunos escultores con sus obras, como Picasso y sus cerámicas, o Pedro Salinas con amistades, entre otros artistas e intelectuales más o menos captados con una cámara en tono documental. Más poética y/o íntima es la aparición de José Bergamín, que se deja retratar y firma en la arena de la playa, la de un Baroja en su residencia o, especialmente, un León Felipe junto a un puerto, imágenes que tienen mucho encanto. Estas últimas tienen el mérito de enmarcar a los personajes en un paisaje o en una ciudad, intento que se repite no tan personalizado en sus reportajes en Holanda (en una reunión internacional de escritores) y Polonia (impagables imágenes de un Pudovkin dicharachero).



Los tesoros de estas filmaciones, más allá de los gustos de cada cual, son a mi entender aquellos en los que detrás de la cámara no hay tanto un cazaautógrafos como un cómplice de una historia personal. Conmueve e impresiona ver a un joven Borges, antes de su ceguera, coquetear con la cámara. O al narrador Horacio Quiroga, de quien Amorim fue discípulo y amigo, en un ambiente familiar como el de la foto anterior. O la mencionada de Lorca, en la que se combinan las grabaciones al poeta en vida con la de un homenaje y la inauguración del monumento que Amorim hizo en Uruguay en su honor, bajo el cual una leyenda afirma que está enterrado el poeta granadino. Y son los tesoros de estas filmaciones porque el montaje de estos fotogramas los hizo Amorim siendo consciente que el destino de estos personajes fue muy diferente de cuando puso la cámara ante ellos: la ceguera, la locura y la muerte, el asesinato.



Viendo esta antología de escritores y artistas  (he dejado de mencionar a muchos de los que salen) pensé a Amorim teniendo presente, para transgredirlo, el último de los consejos de Horacio Quiroga en su Decálogo del perfecto cuentista:
"No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento."

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